Junto con la creadora de este blog, Lola, a quién conozco digamos que de toda la vida, hemos vivido muchas aventuras. Y una de ellas fue nuestro primer cruce del charco hace ya bastantes años. Aunque mi hermana no querría que lo sepan, les aseguro que si algo no nos caracterizaba en ese viaje era el gusto por la moda. Parecíamos homeless, pero la verdad nos importó poco porque la pasamos genial. Un lugar donde nos sentimos más que pobres, casi insignificantes, fue en el palacio de Versalles, a las afueras de París. Es imposible explicar el lujo de ese palacio, sinceramente, hay que verlo. Pero si nosotras nos sentíamos miserables, imagínense los pobres campesinos de la Francia del XVIII, famélicos en sus casas de madera y paja, viendo el esplendor de este palacio donde vivían casi 1.000 miembros de la corte y 4.000 sirvientes en los tiempos de Luis XIV (1643-1715) celebrando fiestas y banquetes todos los días. La imagen es la de la Cámara de la Reina. La vida en Versalles era estrambótica, llena de rituales cortesanos infinitos y principalmente, de despilfarro. Un despilfarro en una Francia muy poblada (en parámetros de la época) con un población campesina que equivalía a un 90% del total de franceses y que pasaban por períodos duros de hambrunas.
Uno de los personajes más vilipendiados de la historia
justamente por sus gastos excesivos fue el de María Antonieta. Esta princesa austriaca casada con el último rey borbón de Francia, Luis XVI (1774-1789), fue
criticada hasta el hartazgo por su gusto por las fiestas, las joyas, las
vestimentas ornamentadas. Fue el blanco preferido para los críticos de la
monarquía previa a la revolución. (Retratada por Le Brun en 1783, esta obra
sigue expuesta en Versalles). Es verdad que llegó siendo una niña a la corte
francesa, que tardó tiempo en que su marido el rey, también muy joven, le prestase atención suficiente para engendrar un heredero bajo
cuya presión vivía constantemente. Los celos de la corte francesa y el intento
de la reina de demostrar que su árbol genealógico (hija y hermana de
emperadores austriacos) era más imponente que cualquier noble francés, la
hicieron desarrollar un espíritu frívolo. A ella se la acusa de decir, en medio
de una carestía absoluta de harina para el pan de los campesinos: "Qué
coman pasteles". Por supuesto, todo esto pertenece al marco de las
leyendas.
En lo que nos refiere a la moda, su estilo es fiel reflejo de la moda
sobrecargada del rococó imperante. Es
interesante como en esta época se llega a tal extremo en los accesorios, en los
peinados que cuanto más altos (hasta con pájaros, flores, jaulas) más elegantes
y todo pero todo, parece tener una capa extra de brillo dorado o plateado. Son
los últimos coletazos de excentricidad de una realeza que luego de la
Revolución Francesa de 1789 se vería perseguida y castigada por sus excesos.
El «vestido a la francesa», un elaborado diseño que constaba de tres
partes: la bata, abierta en su parte delantera y que acababa en cola, la falda
y una pieza superior de forma triangular que cubría el torso. El que se muestra
aquí, de 1760, se conserva en el Museo de Arte de Los Ángeles.
Se ha teorizado y
discutido mucho por la vida cortesana de María Antonieta, muchos historiadores
la culpan enteramente de los gastos del gobierno de Luis XVI, aunque otros
admiten que el verdadero gasto fue el de las guerras en las que intervino el
Rey. De todos modos, si algo nos queda claro, es que el pueblo no la perdonó,
ni a ella ni a su marido cuando los pasaron por la guillotina en 1793.
OK, LES DEJO VER LA FOTO SOPHIE
(LOLA)
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